viernes, 19 de junio de 2009


APATA LA VILLA DE LADERAS FLORIDAS, EN 3 TIEMPOS


Por el Escritor y Poeta Armando Castilla Martínez

He viajado al escondido pueblito de Apata, la villa de laderas Floridas, llevando conmigo el segundo tomo de los Ensayos de Don Miguel de Unamuno y Jugo, nacido en Bilbao en el año de 1864, en el mismo año y fecha en que naciera para la historia de los pueblos del Perú la tierra noble y generosa de Apata.
A la sazón, ya había leído un bellísimo Ensayo suyo, de entrañable valor poético y filosófico, de filosofía honda y sencilla, titulado el “Perpetuo Pescador de Caña” Su lectura: dulce apacible, escrita con especial pureza, cristalina, tersa, de delicado encanto, me trajo a la memoria aquella oda tan conocida del exquisito Fray Luis de León que empieza cantando la soledad del que huye hacia la paz del campo:
Que descansada vida la del que huye del mundanal ruido.
Buscaba reposo y frescura como don Miguel. Y ninguna compañía me hubiera sido mas grata en estos momentos como este Dn Quijotesco Dn. Miguel de Unamuno. Como el yo soy lo menos ciudadano que cabe y llevo el alma vestida no ya de hayas, robles, castañas y nogales y tapizada de helechos, de argoma y brezo. Mi paisaje esta aromado de retamas, ramillas, chinchilcunas y eucaliptos. Florecen en mis campos los cuadros y las tunas, los chaguales y los juncos.
Huyendo a mis propias miseriucas y, a las miserias de los otros había venido en busca de quietud, a dejar correr mi vida “en suave baño de resignada dejadez”. Junto a la orilla del río seco y ala sombra de alisos y quinuales saboreaba la música dulce y apacible de las aguas; la inefable sinfonía del aire tocando el bordón de las ramillas.
Me alegraba doblemente, de tener al alcance de mis manos al fuerte vasco y en la mansedumbre temblorosa de las aguas buscaba aquella alegre pradera donde cultivan los sabios los pensamientos mas altos y los sueños de verdes tallos.
A poco de abrir sus apasionados e inquietantes Ensayos encóstreme con uno de esos paisajes estremecidos y vivientes de Don Miguel. En ella recuerda una doble salida de luna llena, cuando a la vez que se alejaba reflejaba en el cristal del rió.
Yo había llegado al pueblito de APATA una tarde única. Los vientos quedaron sé dormidos en algún lejano bosquecillo de eucaliptos. El sol se deslizaba mansamente en el regazo de los montes. Estaba todo tan sereno. Tan quieto. La Luna, en estado de gravidez, asómese no bien se hubo ocultado el sol. Y como en aquella excursión de Don Miguel a la Villa de Ledesma, la luna, desnuda y pudorosa se bañaba en el hilillo de agua que cruz el pueblo, estremeciéndose de frió.
Pasa el riachuelo bajo un pontezuelo de piedra. Y los eucaliptos, hacen guardia. A su vera, a la vera del riachuelo, se retratan, mansamente tumbos de áureos frutos y rosadas flores alizos verdinegros, esbeltos y platinados eucaliptos de hojas largas a manera de guadañas y juncos y ramillas y capulies. Allí van a beber o a refrescar sus alas palomas torcazas.
En las mismas puertas del pueblo existe un campo todo vestido de verde, hoy dia la tarea destructora de las aguas de Enero, va reduciendo su belleza y su extensión, que llamamos cariñosamente “pashpita” y aquí , una era, gavillas de trigo y una chocita de paja,
Fue desde el quieto remanso de esa era que yo contemplaba como un pájaro de cera a cazar los “ucuys” que abundan en las aguas tranquilas de este ríos. Y fue esta misma noche de plenitud lunar, mientras juncos y chinchilcumas se estremecían, dulcemente de amor y de dulzura, cuando anegado de recuerdos evoque con pesadumbre y melancolía las noches rumorosas del “huayllar” y los juegos de la infancia: “la viudita”, “la torre”, “que pase el rey”. “el diablo con sus diez mil cachos y el angel con su bola de oro, que a hora, a la mitad del camino me anegaba en dulcisima tristeza.
Aquí, como en la Villa Ledesma, todos viven despacio. El gañan ara la tierra con parsonomia camina, tras la yunta, mediante. Mascullan las ovejas su oración tardinera y las pichiucitas prolongan su canto, con tono lastimero .Agosto la época de los vientos, transcurre con lentitud de buey. Los campos amarillentos se adormecen bajo el sol canicular. Una vaga melancolía se apodera de los más escondidos rescoldos del alma.
La tierra ocre esquelética de Chancachuco, de Huashapá, contrasta con el paisaje de eucaliptos, guindos y nísperos de Huamantanga, La Unión, Santa Maria…….
Las torres de la iglesia se perfilan sobre el fondo pardo del del cerro Tanca Chuco,.
Al fondo, hacia el lado por donde nace el sol, por las quebradas de Iscos, donde nace los alisos, tumbos y arrayanes.
No hay balcones de historiadas rejas, ni vidrieras, ni muchachas que sueñan leyendo librotes sentimentales.
Apata es un paisaje denso, tranquilo de luz y sombra.
Su paisaje es bueno, recogido, conventual.
Mañana conoceré Cocahuasi.
Cocahuasi es una pintura sobre alista, paisaje onírico, huraño, esquelético. Semeja un viejo caminante que se hubiera quedado rezagado a la vera de los caminos pedregosos agobiado por el sol y muerto atormentado por la sed y por el cansancio.
Diríase que rehuye el contacto con las gentes de hoy es que entre sus piedras sin pulimentar duerme aun el natural recelo con los antañones miraban miraban a los hombres de allende los mares.
Todavía se conservan, si bien están a punto de desaparecer, las construcciones circulares que otrora habitaron hombres PRE Incas. Sobre estos restos crece una vegetación arisca que se protege con aguijones y espinas.
Los juncos sarmentosos, de dedos crispados, los gigantones, las huacaccasahas, con sus cien mil puñales afilados, la silata de púas agresivas y flexibles tallos constituyen un ejército de almas furiosas y de parcas vengadoras. Es el sueño de los poetas que riman sus versos con danza de húmeros y de blancas canillas. Su alma es el alma de los desenterradores.
Una nota muy tímida de vida lo ponen los culenes, los quinuales , pactes y quisguares de nevada cabellera.
Coca huasi parece que fue construido sobre el lecho de algún rió pre- histórico. El terreno es totalmente pedregoso, cubierto de grandes piedras grises con los cuales los de hogaño han construido muros de piedra, tan anchos que a veces se convierten en cómodos senderos.
El alma gris del paisaje onírico de Cocahuasi se identifica con el plomo de los líquenes que crecen precariamente sobre las piedras abundantes aprovechando toda partícula de tierra y con el pardo varo de musgos de los helechos, A falta del agua buena, del agua mansa, y por causa de los hielos intensos que caen, inclementes, en las noches de sereno, la vegetación agoniza; retorciéndose en patético rictus de desesperación.
La gente del pueblo conserva su temor supersticioso por los gentiles y pocos son los que se atreve, por las tardes a atravesar los senderos que cruzan por entre ruinas de esto que fue, en otros tiempos seguramente, pueblo floreciente, habitados por hombres como nosotros y que como nosotros también tuvieron sus vanidades sus miserias sus sueños y sus anhelos.
Cocahuasi no esta situado como todas las ruinas que han dejado los hombres primitivos de este valle en la cima de los cerros si no en un rincón de Apata, casi al pie de unos cerros ocres y pardos que se levantan hacia nor-oriente.
En los claros que otrora ocuparían, seguramente plaza publicas o recintos sagrados crecen hoy eucaliptos cenceños o frondosos culenes de esas flores moradas que al decir de las viejas no tienen el mismo poder curativo que los culenes de flores blancas que se cultivan e los jardines y en los huertos de los amantes de esta plantas aromáticas.
Viendo todo esto nos preguntamos donde esta a hora las mozas guapas y sus valientes guerreros, sus amautas y quipus y camayos.
¿Qué destino mejor o peor estaran corriendo?
Causa pavor pensar que algún día tendrán otros hombres y pisaran nuestras huellas.
¿Qué queda del hombre y sus quehaceres?. Ahora que pende sobre la cabeza de toda la humanidad y no podemos tampoco preguntarnos
¿Todo es pues vil materia, podredumbre y cieno,
Y con este ultimo pensamiento para mis hermanos de antaño fuime acribillando por una duda o más bien por muchas dudas.

Apara en las Galerías del Alma Niña
Para poner al alcance de mi alma y de mis manos estos paisajes he recorrido, calzando mis viejos botines de niño, las callejuelas perdidas, los huertos olorosos, las pedregosas orillas del riachuelo y he saltado las viejas tapias de piedra donde florecen los juncos para volver a correr entre los surcos que huelen a tierra seca de los magueyes corazones sangrientos, para robar los nidos de los pájaros y saborear la tuna de fruta deliciosa.
Una larga y benéfica procesión de nuevos y vigorosos retoños de eucaliptos, me condujo hasta el poblado. Bosquecillos de altivos y plateados eucaliptos, poblados de muñas olorosas, salvias de hojas asaetadas y azules florecidas bordean el camino al llegar al corazón mismo de esta villa de laderas floridas, donde habitan gentes honradas y laboriosas y hombres sencillos, generosos y valientes.
La escuela Rural, es el primer plano, se muestra alegre y coquetona. Sus verjas tapizadas de rosas dejan adivinar a través de su enrejado un jardín bien cuidado donde florecen en graciosa conformidad cipreses y margaritas.